Tú eres ése al que odias.
Jacques Lacan
Diez son los mandamientos pero en el capítulo V de El malestar en la cultura Freud disecciona uno de ellos, aquel que reza: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Es este un mandamiento irracional, y su cumplimiento es imposible.
El mandamiento de amar al prójimo como a uno mismo obliga a la represión del odio. Soñar que un ser querido muere permite inferir que, en efecto, se le ha deseado la muerte. La pena que en el sueño se siente es sólo un truco para burlar la censura. En su seminario V, Lacan se pregunta si será tan seguro que uno se ama a sí mismo. En una clase que lleva por título “tú eres ése al que odias”, afirma: “La experiencia muestra los sentimientos más contradictorios y singulares con nosotros mismos y después de todo, esta referencia a ti mismo parece en suma de un golpe poner en una cierta perspectiva al egoísmo de corazón, y cómo hacer de ello la medida, el módulo, el paradigma del amor”. [1] No olvidemos que “es propio de la relación del sujeto consigo mismo que se haga él mismo, en su relación con su deseo, su propio prójimo”. [2]
Freud proponía otro mandamiento al que obedecería con gusto: “Ama a tu prójimo como tu prójimo te ama a ti”. [3] Y es que Freud no tuvo dudas: “el prójimo no es solamente un posible auxiliar y objeto sexual, sino una tentación para satisfacer en él la agresión, explotar su fuerza de trabajo sin resarcirlo, usarlo sexualmente sin su consentimiento, desposeerlo de su patrimonio, humillarlo, infligirle dolores, martirizarlo y asesinarlo. ‘Homo homini lupus’”.[4] Lacan ironiza cuando en su seminario sobre la ética cita este pasaje (“si no les hubiese dicho de entrada la obra de la que extraigo este texto, habría podido hacerlo pasar por un texto de Sade”), [5] y además lee las entrelíneas: que “el goce es un mal […] porque entraña el mal del prójimo”. [6]
Para Freud, la originaria naturaleza humana y el amor al prójimo que este mandamiento ordena, son incompatibles. Se trata de otra ilusión. Apunta Lacan: “…cada vez que Freud se detiene, como horrorizado, ante la consecuencia del mandamiento del amor al prójimo, lo que surge es la presencia de esa maldad fundamental que habita en ese prójimo. Pero, por lo tanto, habita también en mí mismo. ¿Y qué me es más próximo que ese prójimo, que ese núcleo de mí mismo que es el del goce, al que no oso aproximarme? Pues una vez que me aproximo a él […] surge esa insondable agresividad ante la que retrocedo”. [7] Y agrega que nos enfrentamos al ineludible “hecho de que el goce de mi prójimo, su goce nocivo, su goce maligno, es lo que se propone como el verdadero problema para mi amor”. [8]
Así pues, la pulsión de agresión es un reveno de la pulsión de muerte, ese mal enquistado en toda cultura. “Ama a tu prójimo como a ti mismo” es el mandamiento que vehicula “la más fuerte defensa en contra de la agresión humana”, decía Freud; [9] el futuro de la especie humana depende del grado de control que ejerzamos sobre la pulsión de agresión y autoaniquilamiento que nos habita.
Las pasiones fundamentales
Para Lacan “las pasiones fundamentales” son el amor, el odio y la ignorancia. En Elementos para una Enciclopedia del Psicoanálisis, obra dirigida por Pierre Kaufmann, la voz pasión consigna: “Jubilosa o dolorosa, entusiasta o melancólica, extática o colérica, toda pasión es una puesta en tensión del deseo y una intensificación de las emociones, incluso una puesta en escena dramatizada de lo que se verifica, se exige, se lamenta, se espera.”
Habría que agregar que en el caso del odio como pasión, se trata no de un deseo sino de un modo de gozar. En su seminario I, Lacan habla de: Amar/ser amado como de una díada simbólico-imaginaria (simbólico: amar; imaginario: ser amado). Lacan ubica el odio como algo que apunta a la destrucción del ser del otro; se trata de un imaginario que apunta a algo real. Y habla de la ignorancia como algo que está entre lo real y lo simbólico. Resumiendo: “En la unión entre lo simbólico y lo imaginario, esa ruptura, esa arista que se llama el amor; en la unión entre lo imaginario y lo real, el odio; en la unión entre lo real y lo simbólico, la ignorancia”. [10]
Tenemos entonces:
1.- Simbólico / Imaginario: amar, ser amado.
2.- Imaginario / Real: odio, destrucción del ser.
3.- Real / Simbólico: ignorancia.
La ignorancia a la que Lacan se refiere no remite a algo que alguien desconoce y podría aprender, lo que impide caer en el delirio del saber absoluto; se puede estudiar tranquilo que siempre se va a ignorar. Pero desconocer no equivale a ignorar, dice Lacan. Como antídoto a la pasión por la ignorancia, Lacan recomendaba la docta ignorancia de Nicolás de Cusa.
El amor apunta “al ser del sujeto amado, a su particularidad. Por ser así puede aceptar en forma extrema sus debilidades y rodeos, hasta puede admitir sus errores, pero se detiene en un punto, punto que sólo puede situarse a partir del ser: cuando el ser amado lleva demasiado lejos la traición a sí mismo y persevera en su engaño, el amor se queda en el camino”. [11]
El objetivo del amor “no es la satisfacción sino el ser”, lo opuesto al odio; esto quiere decir que el amor apunta en su objetivo al ser del otro. Por eso dice Lacan que dejamos de amar a una persona cuando se traiciona a sí misma, no cuando traiciona a los otros.
Ahora bien, “si el amor aspira al desarrollo del ser del otro, el odio aspira a lo contrario: a su envilecimiento, su pérdida, su desviación, su delirio, su negación total, su subversión. En este sentido el odio, como el amor, es una carrera sin fin. […] ya de sobra somos una civilización del odio”. [12] El odio es una pasión del sujeto que busca la destrucción de su objeto. Es claro que el odio se dirige al ser cuando un sujeto cree que nadie en el mundo debe tener nada y nadie debe ser nada.
Retomando el ejemplo de San Agustín (“vi con mis propios ojos y conocí bien a un pequeñuelo presa de los celos. No hablaba todavía y ya contemplaba, todo pálido y con una mirada envenenada, a su hermano de leche”), [13] Lacan habla de un odio celoso. El odio celoso tiene que ver con los intrusos fraternos que recuerdan al sujeto el objeto perdido y el dolor de la separación.
Pero Lacan habla también de otro tipo de odio: el odio del ser, más intenso que el odio celoso. Este odio no depende de la mirada o de la imagen. Emerge cuando el sujeto sospecha que existe un ser que tiene un saber inasible y que amenaza su propio goce. Recordemos la definición de Henry Louis Mencken: “el puritanismo es el temor espantoso de que alguien pueda ser feliz en alguna parte”.
A nivel de sujetos, se odia de esta manera a todo aquel al que se le supone un saber que viene a perturbar el goce común, tan cómodo hasta entonces para todos. Es claro que Freud enfrentó este tipo de odio. Por el sólo hecho de que el otro tiene lo que supuestamente no tengo o me interesa, es que en un sujeto pueden despertarse sus más arcaicos impulsos: envidia, celos, amor… y odio.
Odiamoramiento
“La mudanza de una pulsión en su contrario sólo es observada en un caso [decía Freud]: la transposición de amor en odio”. [14] De ahí que “nos está permitido sustituir la oposición entre las dos clases de pulsiones por la polaridad entre amor y odio [pues podemos] pesquisar en la pulsión de destrucción, a la que el odio marca el camino, un subrogado de la pulsión de muerte, tan difícil de asir […] el odio no sólo es, con inesperada regularidad, el acompañante del amor (ambivalencia), no sólo es hartas veces su precursor en los vínculos entre los seres humanos, sino también que, en las más diversas circunstancias, el odio se muda en amor y el amor en odio”. [15]
Y para dilucidar que el odio está en el origen de la constitución del aparato psíquico, Freud considera que “no puede desecharse que también el sentido originario del odiar signifique la relación hacia el mundo exterior hostil, proveedor de estímulos. La indiferencia se subordina al odio, a la aversión, como un caso especial, después de haber emergido, al comienzo, como su precursora. Lo exterior, el objeto, lo odiado, habrían sido idénticos al principio. Y si más tarde el objeto se revela como fuente de placer entonces es amado […] Cuando el objeto es fuente de sensaciones placenteras, se establece una tendencia motriz que quiere acercarlo al yo, incorporarlo a él; entonces hablamos también de la ‘atracción’ que ejerce el objeto dispensador de placer y decimos que ‘amamos’ al objeto. A la inversa, cuando el objeto es fuente de sensaciones de displacer, una tendencia se afana en aumentar la distancia entre él y el yo, en repetir con relación a él el intento originario de huida frente al mundo exterior emisor de estímulos. Sentimos la ‘repulsión’ del objeto, y lo odiamos; este odio puede después acrecentarse convirtiéndose en la inclinación a agredir al objeto, con el propósito de aniquilarlo”. [16]
La palabra aniquilar tiene una fuerte carga etimológica cuando se asocia a los efectos del odio como pasión: la primera derivación semántica conduce a la palabra nada cuyo arco significante fue explicitado por griegos y latinos de distinto modo: Oudén (oudé en), decían los griegos, esto es, “ni uno”. En castellano la expresión latina nec-unus, equivale a “ninguno”.
Ahora bien, para ceñir lo que la palabra aniquilar expresaba, los romanos se valieron de las habas: el hilio (del latín hilum) que al separar la semilla de la vaina queda al descubierto, es el pequeñísimo pedúnculo que representa el nec plus ultra de lo diminuto; decir “no queda ni hilio” (nec hilum, ni hilum), deriva en que nihil signifique nada (de ahí la voz nihilista) y aniquilar signifique reducir a la nada, suprimir enteramente, destruir por completo. [17]
Volvamos a Freud: “El yo odia, aborrece y persigue con fines destructivos a todos los objetos que se constituyen para él en fuente de sensaciones displacenteras […] El odio es, como relación con el objeto, más antiguo que el amor; brota de la repulsa primordial que el yo narcisista opone en el comienzo al mundo exterior prodigador de estímulos”. [18]
Es por eso que para designar lo anteriormente expuesto, Lacan precisa de un neologismo: odioenamoramiento u odiamoramiento. [19] Como el verdadero amor desemboca indefectiblemente en odio, se comprueba lo que ya afirmaba Freud en el caso del Hombre de las ratas: el amor no ha podido destruir al odio; sólo ha podido devolverlo a lo inconsciente.[20]
Alfonso Herrera
Notas
[1] Lacan, Jacques, Seminario V, Las formaciones del inconsciente (1958-59), Buenos Aires, Paidós, 1999, p.517.[2] Lacan, Jacques, Seminario VII, La ética del psicoanálisis (1959-1960), Buenos Aires, Paidós, 1992, p.95.[3] Freud, Sigmund, El malestar en la cultura (1930), Obras Completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1993, vol. XXI, p.107.
[4] Ibídem, p.108.
[5] Lacan, Jacques, Seminario VII, La ética del psicoanálisis (1959-1960), op.cit., p.224.
[6] Ibídem, p.223.
[7] Ibídem, p.225.
[8] Ibídem, p.227.
[9] Freud, Sigmund, El malestar en la cultura (1930), Obras Completas, op.cit., vol. XXI, p.138.
[10] Lacan, Jacques, Seminario I, Los escritos técnicos de Freud (1953-1954), Buenos Aires, Paidós, 1992, p.394.[11] Ibídem., p.402.
[12] Ibídem., p.403.
[13] Lacan, Jacques, “La agresividad en psicoanálisis” (1948), Escritos 1, México, Siglo XXI, 1984, p.107.
[14] Freud, Sigmund, Pulsiones y destinos de pulsión (1915), Obras Completas, op.cit., vol. XIV, p.122.
[15] Freud, Sigmund, El yo y el Ello (1923), Obras Completas, op.cit., vol. XIX, pp.43-44.
[16] Freud, Sigmund, Pulsiones y destinos de pulsión (1915), Obras Completas, op.cit., vol. XIV, p.131.
[17] Coen, Arrigo, Para saber lo que se dice (vol. 1), México, Domés, 1986, pp.21-23.
[18] Freud, Sigmund, Pulsiones y destinos de pulsión (1915), Obras Completas, op.cit., vol. XIV, p.133.
[19] Lacan, Jacques, Seminario XX, Aún, (1972-1973), Buenos Aires, Paidós, 1992, p.110.
[20] Freud, Sigmund, A propósito de un caso de neurosis obsesiva (1909), Obras Completas, op.cit., vol. X, p.186.