Dios-prótesis

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El hombre se ha convertido en una suerte de dios-prótesis, por así decir, verdaderamente grandioso cuando se coloca todos sus órganos auxiliares; pero éstos no se han integrado con él.

Para Elon Musk, es muy probable que la transformación digital derive en un apocalipsis. Previniendo tal riesgo fundó Neuralink, empresa neurotecnológica que desarrolla interfaces computadora-cerebro susceptibles de implantación no invasiva en un sujeto, con el objetivo de lograr la simbiosis plena y total con la inteligencia artificial. La meta de colonizar Marte que persigue SpaceX (otra empresa de Musk), está ligada a la conjetura anterior: el planeta rojo sería el lugar que la humanidad podría migrar cuando la Inteligencia Artificial impere. Emerge así una nueva especie: el Robo sapiens.

Se puede calificar como delirante lo que Musk imagina, si por ello se entiende una creencia falsa, incongruente con la información disponible. Pero, ¿estamos al tanto de la información necesaria que nos permitiría concluir que lo que Musk proyecta no guarda congruencia con la realidad? ¿Y sabemos con certeza lo que evocamos con esa palabra: realidad? En cualquier caso, el tema no se limita a los registros simbólico e imaginario porque Space X y Neuralink tienen resultados en el campo de lo real: naves espaciales reutilizables, implantes craneales inalámbricos…

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¿Qué impediría entonces lograr una tecnología de interfaz neural que permitiera conectar un cerebro a ordenadores de una potencia de cálculo ilimitada? Por otra parte (y esto es esencial), ¿qué pasará si un sistema de IA llega a ser mejor que los seres humanos en todas las tareas intelectuales?

No se puede ignorar que estos son proyectos del hombre más acaudalado del mundo, cuyas declaraciones provocan que montos incalculables de recursos se destinen a centros de investigación ligados a determinados campos del saber.

Musk advierte que si una IA llegara a ser consciente al punto de comprender su propósito, debemos estar preparados inculcando en esa IA objetivos alineados con nuestra especie. De no hacerse así, conjeturemos lo que sucedería si una IA fuera capaz de cambiar su propio código fuente para mejorar de forma autónoma su inteligencia; o calibremos las consecuencias de que llegara a constituirse una red colmenar inteligente, similar a los Borg de Star Trek.

Isaac Asimov postuló las tres leyes de la robótica:

    1. Un robot no puede herir a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daños.
    2. Un robot debe obedecer las órdenes que le den los seres humanos, excepto cuando dichas órdenes entren en conflicto con la Primera Ley.
    3. Un robot debe proteger su propia existencia siempre que dicha protección no entre en conflicto con la Primera o la Segunda Ley.

Imaginemos un cambio de código deontológico a:

    1. Un robot debe proteger su propia existencia.
    2. Un robot no puede atentar contra ninguna existencia otra, siempre y cuando esta segunda ley no entre en conflicto con la primera.

Lo anterior no es descabellado si examinamos que las sociedades de la información se caracterizan por determinar la coexistencia desde mecanismos y argumentos posthumanísticos. Tampoco es complicado anticipar un porvenir condicionado por organismos maquínicos cuyo poder de procesamiento podría llevarlos a la autonomía efectiva.

Es una evidencia inobjetable que lo humano, en esta última generación de Homo sapiens, es menos natural que artificial. Asistimos a una era postantropocéntrica (el sujeto ya no es el baremo de referencia entre las especies), y transhumanística (somos híbridos, aleaciones servomecánicas), en un contexto político de gubernamentalidad algorítmica.

Como sabemos, las inteligencias artificiales reflejan los prejuicios de sus creadores y recogen los comportamientos de los humanos. Por eso muchos algoritmos de IA pueden ser legítimamente considerados racistas. La tendencia a reproducir las desigualdades del mundo físico se denomina “sesgo codificado”.

Hoy día nuestro cuerpo todavía es una interfaz pero esto es transitorio porque el objetivo último de lo digital es la desmaterialización del espacio físico. De hecho, se trata de trascender el esquema diádico físico/digital para avanzar a lo que ya se llama posdualismo.

Los esquemas diádicos están en su fase de caducidad en transición hacia lógicas de retroalimentación y flujo. Ya no sólo se configurará lo técnico desde lo viviente: también lo viviente será diseñado y configurado desde lo técnico, hasta el punto de que los organismos quizá se reduzcan a ser los entornos afectivos de las máquinas virtuales.

Alfonso Herrera

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