If you don’t read
the newspapers,
you are uninformed.
If you do read them,
you are misinformed.
Para Eduardo Galeano, hubo un tiempo en que el fin justificaba los medios; pero hoy –en la era de la información– los medios (masivos de difusión) justifican los fines.
Los mal llamados medios masivos de comunicación fueron siempre vectores unidireccionales de difusión. De entre ellos, no pocos se han transformado en medios de desinformación.
Borges aseguraba que la democracia es sólo un abuso de la estadística, lo que deja de ser una humorada al comprobar que en la segmentación política que caracteriza a las democracias, los poderes ejecutivo, legislativo y judicial coexisten con el otrora llamado “cuarto poder”, que también gobierna aún cuando nadie lo ha votado.
En el concierto internacional, las cosas se complican si identificamos la falta de contrapesos críticos al pensamiento único que busca la implantación glocal (universal y particular a un tiempo) de los intereses del capitalismo geofinanciero. En ese contexto, el poder político cae a la tercera plaza, precedido por el poder económico y por el poder mediático.
La letal combinación de crisis económica, inervación de reivindicaciones identitarias y descomposición del tejido social siempre se ha traducido en agudización del racismo, retorno de los integrismos y entronización de las posiciones fundamentalistas.
Como muestra de lo delicado que resulta la convergencia de un entorno bullente y de una prensa acrítica, hace unos días Michael O’ Hanlon (director de investigación en Política Exterior del laboratorio de análisis Brookings Institution, experto en defensa y política exterior) declaró que consideraba un error estratégico hacer de la debilidad de Rusia un objetivo. Y sugería evitar el escenario de una potencia nuclear humillada y resentida porque nadie ignora lo que siguió a la postración de Alemania en la segunda posguerra.
Imposible no evocar a Sartre: somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros.
Alfonso Herrera