Filmosofía
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El problema de nuestros tiempos
El pensamiento crítico en el 2023
El mandamiento del odio
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En Fractal. Centro de Estudios en pensamiento crítico la estética de lo audiovisual ocupa el centro de nuestra reflexión.
La imagen en movimiento es un concepto ya en sí mismo, al que convergen estéticas de muy distinta especificidad: lo visual, lo narrativo, el montaje de las imágenes (esculpir el tiempo), el lenguaje propiamente cinematográfico (y el análisis de su textualidad), lo sonoro (aún cuando se trate de films mudos, pues el silencio también tiene timbre y tono) y –sobre todo- lo relativo al papel del lecto-espectador.
Espacio, profundidad de campo, técnicas sonoras, planos y emplazamientos de la cámara, caracterología de los personajes, nociones de verosimilitud y realismo y un largo etcétera, conforman la totalidad de una declaración artística sobre la que pueden tejerse innumerables lecturas críticas.
Entre todos los aspectos señalados, nos incumbe en especial la experiencia subjetiva de lo fílmico, pues es ahí donde se ejerce la actitud crítica de quien encarna la estética de la recepción. Como arte del espíritu, un film moviliza todo el espectro psíquico de un sujeto (imaginación y memoria, afecto y emoción, percepción de tiempo y espacio, proyección, fantasmatización, onirismo diurno, (des)ilusiones ópticas, disyunción entre lo visto y lo mirado).
Históricamente, el cine ha vehiculado intereses educativos y de propaganda política, ha inducido asociaciones en el espectador valiéndose del montaje, ha decantado sus técnicas de presión emocional con tramas de suspenso y tensión nunca neutrales, y ha construido una realidad paralela que condiciona el imaginario contemporáneo de un modo innegable. Es por eso que el plano espectatorial cobra especial relevancia pues es precisamente ahí donde acontece –o no– la posible distancia crítica.
Un espectador que comparece ante el producto fílmico, no para que le modelen sus comportamientos ni le estereotipen (re)acción alguna, está ejerciendo su talante crítico. En efecto, siempre ha sido necesario el análisis de los modos en que “la fábrica de sueños” determina cómo se besa, cómo debe reaccionarse ante tal o cual estímulo, cuándo conmoverse, a quién debe uno identificarse y qué gratificación puede recibirse una vez acontecida cierta alienación que una determinada trama favorece.
Invitamos a la relectura de los códigos textuales (fílmicos en este caso) para una articulación absolutamente singular entre el sujeto deseante y su intransferible experiencia fílmica.
Alfonso Herrera