Inteligencia no humana

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Si cerráis vuestra puerta a todos los errores, la verdad quedará fuera.

Los índices que pretenden objetivar la inteligencia deben tener (se nos dice) validez y confiabilidad. Pero la validez dependerá de la definición de inteligencia que se adopte, y las pruebas sólo confirmarán parámetros arbitrarios hechos a medida de lo que se quiere demostrar como fiable. Al final, no se objetiva la inteligencia, sólo se la subjetiva (privando de ella a todo aquello que no sea como nosotros).

 

Inteligencia vegetal


En nuestro planeta, la vida animal representa el 0.3%, contra un 99.7% de vida vegetal. Es un hecho que las plantas podrían vivir sin nosotros pero sin ellas nosotros nos extinguiríamos en muy corto tiempo (y en cien años las plantas cubrirían todos los efectos materiales de nuestra civilización). Las primeras células vivientes capaces de realizar la fotosíntesis aparecieron en nuestro planeta hace 3,500 millones de años. El
Homo sapiens irrumpió hace 200 mil años. Siendo los últimos en llegar, tenemos la siniestra posibilidad de extinguir todo lo viviente. ¿Es esa posibilidad de destrucción masiva la que nos hace sentir supremos? Porque las razones que hoy nos damos para esa certeza son equivocadas: no existe algo como la escala evolutiva.

Evolución no es equivalente a progreso sino a adaptación. Darwin demostró que no existen organismos más o menos evolucionados: todos los seres vivos que hoy habitan nuestro planeta, se encuentran en el extremo de su rama evolutiva; de lo contrario, ya se habrían extinguido. Y agrega que las plantas son los seres más extraordinarios que conoce.

Es verdad que las plantas no tiene 5 sentidos como nosotros… ¡tienen 20! Son organismos sésiles (es decir, no se desplazan). Son autótrofas (es decir, se alimentan por sí mismas) por lo que no dependen de otros seres vivos para existir. Han evolucionado de un modo esencialmente distinto a nosotros: optaron por una vida sedentaria, dotándose de un cuerpo modular que no depende de órganos únicos, lo que les permite ser divisibles ya que sus centros de mando están repartidos en todo el cuerpo. Como son inmóviles son propensas a la depredación, por lo que han desarrollado un sistema táctico y estratégico de defensa donde cada parte es importante pero no imprescindible.

 En las plantas, órgano y función van por separado: respiran sin tener pulmones, comen y asimilan sin tener boca ni estómago, permanecen erguidas sin necesidad de esqueleto y… calibran y deciden sin tener cerebro.  Es por eso que las podas no sólo no las matan sino que las benefician porque regenera sus módulos independientes.

De las plantas depende la vida terrestre (sin la fotosíntesis no hay oxígeno). Están en la base de la cadena trófica (es decir, de la cadena alimenticia, nutricia). Son el origen de nuestra fuentes energética (es decir: los combustibles fósiles, carbón, aceite, gas, hidrocarburos) en las que se basa nuestra civilización industrial. Son la materia prima de nuestros medicamentos porque de las plantas obtenemos las moléculas necesarias, o las sintetizamos imitando la química vegetal. Están dotadas de habilidades y destrezas muy finas que no son percibidas a simple vista. Las razones por las que hasta el día de hoy se les niega la facultad de la inteligencia se apoyan en creencias y prejuicios, más que en evidencias científicas (que más bien indican lo contrario).

Francis Darwin, hijo de Charles Darwin, fue uno de los pioneros de la fisiología vegetal y escribió el primer tratado en lengua inglesa sobre esa disciplina. El 2 de septiembre de 1908, en el congreso anual de la Asociación Británica para el Avance de la Ciencia declaró con todas sus letras que las plantas eran seres inteligentes. Más aún: hoy sabemos que presentan de manera inequívoca lo que se conoce como inteligencia de enjambre. Las plantas cuentan con miles de ápices radiales, cada uno de los cuales es un centro de cálculo. En ese ápice radial hay un órgano análogo al cerebro animal. Esta es la hipótesis de Darwin: la raíz-cerebro. Con lo que concluimos que el cerebro no es el único centro posible de producción de inteligencia. El ápice radial hace todos los cálculos necesarios para la preservación de la planta (la más pequeña de las plantas puede llegar a tener 15 millones de ápices radiales).

Por algo, hoy día la inteligencia militar está basando sus investigaciones en la inteligencia vegetal. Dado que las plantas tienen una estructura reticular (al modo de Internet), se deduce que  la inteligencia distribuida es mucho más eficaz que la inteligencia individual. Hoy día, la inteligencia artificial pretende desarrollar plantoides con centralitas vegetales que puedan transmitir en tiempo real toda la información que las plantas han procesado durante millones de años, fitocomputadores basados en algoritmos vegetales.

La comisión bioética del Consejo Federal suizo (compuesta por filósofos, biólogos moleculares, naturalistas y ecólogos) ha planteado que deben reconocerse los derechos de las plantas en función de su dignidad. Después de saber lo que sabemos, ¿nos seguirá pareciendo insensato?

 

Inteligencia animal


En palabras de Charles Darwin, la diferencia mental entre el hombre y los animales es de escala y no de tipo. No obstante que esto fue dicho en 1871, sigue prevaleciendo una tradición que afirma dos cosas: que entre el hombre y el animal hay una frontera incuestionable, y que el género humano está aparte y por encima del resto de los seres vivos.

Entre todas las especies, la nuestra se arroga el derecho de nombrar al resto, de evaluar según condiciones jerárquicas, y de establecer como propias e inalienables ciertas características. . ¿Por qué en nuestra especie es tan común minusvaluar la inteligencia de otras seres? Lo que está en juego es lo radicalmente otro a lo humano (sea animal, vegetal, e incluso cibernético).

Los animales son vistos como instrumentos a disposición de nuestras necesidades y deseos (alimento, compañía, divertimento, materia prima para nuestro calzado o vestido, vehículos de carga y trabajo). Nos relacionamos con ellos a partir de nosotros mismos y no los abordamos a partir de sí mismos. Preguntémonos –como lo hace el gran primatólogo Franz de Waal– si tenemos la suficiente inteligencia para comprender la inteligencia de los animales.

No se trata tanto de restituirle al resto de los seres vivos los poderes que se les confiscan, sino de cuestionar si la especie humana realmente los detenta de manera exclusiva. Tampoco se trata de eliminar lo que sería propio de lo humano, sino de repensar lo que es propio de lo vivo. Necesitamos otra forma de pensamiento en relación a lo viviente.

 

Inteligencia artificial


Los algoritmos del aprendizaje automático de los sistemas inteligentes se clasifican a menudo como supervisados o no supervisados. Los algoritmos supervisados pueden aplicar lo que se ha aprendido en el pasado a nuevos datos. Los algoritmos no supervisados pueden extraer inferencias de conjuntos de datos.

Un algoritmo de aprendizaje profundo constituye una red neuronal artificial (RNA) que replica la estructura del cerebro humano y está compuesta por muchas unidades interconectadas que pueden procesar datos desconocidos y hacer predicciones correctas sobre lo que esos datos representan.

La inteligencia artificial es hoy día capaz de lo que se llama creatividad transformacional que es sucesora de la creatividad combinatoria y de la creatividad exploratoria. La transformacional se desencadena debido a la frustración que causan los límites existentes. Gracias a ella, se pueden modificar una o más constricciones estilísticas de manera radical (mediante el abandono, la negación, la complementación, la  sustitución, la adición…): así se crean estructuras nuevas que no podrían haberse creado antes.

La inteligencia artificial débil considera que una computadora es una metáfora de la mente; la inteligencia artificial fuerte, en cambio, considera a la computadora como otra mente. Así, una inteligencia artificial fuerte (IAF) verdaderamente inteligente poseería conciencia funcional, lo que podría derivar en una deliberación reactiva que incluye la percepción sensorial, la toma de decisiones en tiempo real, la planificación, el reconocimiento de plan, el aprendizaje y la coordinación.

Esa conciencia funcional podría estar soportada en muy diversos dispositivos físicos. Es decir: una función cognitiva puede acontecer en diversas realidades materiales no necesariamente isomórficas al cerebro humano. Lo que nos permite pensar en una mente sin cerebro. Con lo que se infiere que la imitación de una conducta humana no basta para determinar inteligencia ni conciencia. La calidad de una simulación nos permite distinguir si una máquina es inteligente o parece que lo es; si tiene conciencia o si le atribuimos una desde nuestra posición de observadores.

Chritopher Langton acuñó el término vida artificial, lo que no suena raro si pensamos que existen autómatas celulares que presentan una inteligencia de enjambre en sistemas robóticos cooperativos. En la misma línea, mencionemos que usando algoritmos genéticos (AG) un programa evolutivo puede transformarse a sí mismo (en vez de que lo reescriba un programador) e incluso puede mejorarse por sí mismo. Esto es porque parte de la IA evolutiva es totalmente automática: el programa aplica la función de aptitud a cada generación y deja que evolucione sin supervisión.

No hay una definición de vida universalmente aceptada, pero por lo general se le atribuyen nueve rasgos característicos: autoorganización, autonomía, surgimiento, desarrollo, adaptación, capacidad de reacción, reproducción, evolución y metabolismo (el más problemático de los conceptos, si por ello se entiende el uso de sustancias bioquímicas e intercambios de energía para ensamblar y mantener el organismo).

Salvo la última, ¿falta alguna de estas características en los algoritmos genéticos.

 

Conclusión


Hay muchas cosas que erróneamente atribuimos a lo específicamente humano, y hay otras características que –también equivocadamente– les negamos a los seres vivos no humanos. Es el caso de lo que llamamos inteligencia. Definámosla de un modo sencillo, básico (pero no por ello menos riguroso): inteligencia es la capacidad para resolver problemas.

Pues bien: las plantas duermen, se comunican e  intercambian información mediante moléculas químicas entre ellas y con los animales, están dotadas de sensibilidad, memorizan, cuidan de sus hijos, tiene personalidad propia, toman decisiones ligadas a su existencia e incluso manipulan a otras especies (incluida la nuestra). Es difícil después de saber todo esto sostener que no son inteligentes.

A contramano, en el campo de la inteligencia artificial sucede algo parecido. Si por proceso cognitivo se entiende la capacidad de almacenar y procesar información generando conocimiento, ¿no son éstas las cualidades inherentes a los algoritmos de aprendizaje profundo?

Lo anterior despierta múltiples preguntas: ¿Llegarán a desarrollar los robots qualia (es decir, cualidades subjetivas de las experiencias mentales)? ¿La inteligencia es indisociable de la conciencia? Porque si una y otra van de la mano, ya tenemos la inteligencia artificial pero faltaría dotar a las máquinas de conciencia artificial. En el caso de los sujetos, ¿no hay inteligencia en lo inconsciente?, ¿no se divorcia a veces la conciencia de la inteligencia?

En lo que a los animales se refiere, el problema comienza con el uso de un genérico: “el animal”, como si sólo hubiera uno, de una sola especie, como si no fuera inmensa la cantidad de seres vivos heterótrofos no humanos. Esa categoría (“el animal”)  sólo sirve para el aseguramiento  imaginario en el  que los seres humanos se reconocen como una entidad aparte y claramente distinta. “La falsa medida del hombre” denunciada por Jay Gould iba en contra del racismo pero también puede fundamentar la insensatez de permitir el apocalipsis de lo animal en nombre de una supuesta inteligencia superior.

Alfonso Herrera

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